Por Cristián H. Ricci (Universidad de California, Merced).
En los últimos cinco años hemos presenciado una madurez en la producción literaria de los hispanistas marroquíes que a fuerza de mucha voluntad, costeo de sus propias obras o publicaciones en Internet están “cruzando” el Estrecho y sus novelas, cuentos y poemas se leen en España. Una gran parte de los escritores marroquíes que han narrado y poetizado sobre la migración nos fuerza a dirigir la mirada hacia esa España rica, cultural y religiosamente homogénea, blanca y definitivamente inserta en el concierto europeo, que observa con resquemor la llegada (¿o el regreso?) de hombres, mujeres y niños allende el Mediterráneo. Ya no es sólo el castellano la única lengua de la Península que utilizan los marroquíes, ni tampoco está dominado por hombres el campo literario; ahora son mujeres catalanas - imazighen - marroquíes las que también se expresan en la lengua de Empordà. De esta forma, razones de supervivencia cultural y económica son las que ligan las experiencias de las escritoras Laila Karrouch y Najat El Hachmi con los textos fundadores sobre la experiencia exiliante de Muhammad Zafzaf, La mujer y la rosa (1970, en árabe, 1997, en castellano) y Abdellah Laroui, El extrañamiento (1971, en árabe), la novela de Rachid Nini, Diario de un ilegal (1999, en árabe, 2002, en castellano) y las narraciones sociológicas de Pasqual Torregrossa y Mohamed El Gheryb, Dormir al raso (1994), Sami Naïr y Juan Goytisolo (El peaje de la vida, 2000, y España y sus ejidos, 2003).
En esta ocasión me limitaré a un breve análisis de dos novelas autobiográficas publicadas en 2004: De Nador a Vic de Laila Karrouch (publicada en castellano en 2005 con el título de Laila) y Jo també sóc catalana de Najat El Hachmi. Con las autobiografías de Karrouch y El Hachmi se entra ya en la zona de la literatura diaspórica, de afincamiento permanente; no ya a la narración del mero cruce del Estrecho o a la experiencia de trabajadores temporales. El tema que motiva las narraciones de Karrouch y El Hachmi consiste en el hecho de vivir (y escribir) en (y desde) la intersección de tres culturas. De allí que la literatura como vehículo de la identidad marroco-amazigh-catalán se convierte en el elemento que ayuda a los personajes a cerrar los ciclos de aprendizaje, ya que al ordenar verbalmente todas las fases del proceso que experimentan consiguen entender la complejidad del entramado cultural en el que viven y afianzar su identidad como miembros de la comunidad multicultural a la que pertenecen. Se puede apreciar, de esta forma, que la literatura de estas dos autoras remite a un proceso terapéutico en el que si bien no se llega a determinar con qué cultura se sienten más identificadas, sí se logra problematizar el proceso de adaptación al que se someten los inmigrantes (especialmente los niños) que proceden de culturas norteafricanas.
Las autoras tiendan a priorizar más el encuentro consigo mismas que con el Otro. Como escritoras emigradas desde el “tercer mundo” al “primer mundo” que escriben en y desde el país de acogida, Marruecos está en el pasado y Cataluña en el futuro, mientras que el tiempo presente se transforma en la transición, una “lucha por la vida” que deben enfrentar día a día. Específicamente, tanto Karrouch como El Hachmi confirman que lo catalán no se define por su antítesis con lo marroquí o lo amazigh, sino que se multiplica a partir del origen de clase, de la versión masculina o femenina de sus testimonios y de su lugar en la línea generacional e inmigratoria. Existe, de esta manera, una falta de univocidad en la definición de los nacionalismos que invita a deconstruir los procesos escriturarios de nuestras autoras no con el afán de realizar lecturas lineales y simplistas, sino con la voluntad de indagar en los recursos que se utilizan en el campo de la producción literaria a nivel regional y nacional en toda España y, por ende, ver cómo y hasta qué punto las voces subalternas de los inmigrantes logran cuajar en el canon moderno de las literaturas peninsulares.
Si bien el texto de Karrouch tiende a relativizar la crisis identitaria debido a la clara voluntad pedagógica y moral de la autora de fomentar la tolerancia y la convivencia, sí pone de manifiesto las dificultades económicas que debe sortear su familia para seguir viviendo en España y el tema de la mujer musulmana que vive en Occidente y “debe” someterse a la voluntad de su esposo o padre. Además de superar los esporádicos comentarios racistas de sus compañeros de clase cuando le llaman “mora”, la autora se asegura de marcar con precisión que en el año de 1992 el ambiente de integración se ve trastocado por el masivo flujo de inmigrantes: “El aprendizaje de la lengua y la integración en general se fueron haciendo más difíciles, y la gente empezó a mezclarse menos; en la escuela a menudo se formaban grupitos de extranjeros y grupitos de gente que hablaban catalán o castellano” (109, trad. mía). El aprendizaje de la lengua era una necesidad vital para “abrirse puertas”, rememora El Hachmi (38, trad. mía), haciendo válida la estadística que indica que el dominio de la lengua del país de acogida es proporcional al grado de estabilidad laboral e inserción social. También considera El Hachmi que la amalgama de lenguas ha sido esencial en el forjamiento de su futuro como escritora, como crítica de la realidad social de “ambos mundos” y para expresar sus incertidumbres y frustraciones (26-7). Por ende, la autora hará coincidir los sentimientos contradictorios emanados del contacto entre las lenguas con cierto grado de alienación que “reinará en su vida” (47).
La cultura amazigh juega un rol determinante en las narraciones de Karroch y El Hachmi, y a partir de ella se pueden rastrear los códigos descifradores de la naturaleza feminista y contestataria que en mayor o menor medida asumen las autoras. Si bien las mujeres imazighen representan los pilares de la moral y la vida privada familiar, especialistas en esta cultura autóctona magrebí no dudan en señalar la influencia que estas mujeres tienen sobre los hombres de la familia, las vindicaciones que ellas han conseguido con respecto a la herencia, la independencia económica, la abolición de levirato, la flexibilización en la elección de los cónyuges y el derecho a la educación (Lacoste-Dujardin 174). Todos estos “avances” se producen gracias al desplazamiento hacia zonas urbanas, la influencia de los flujos migratorios y de los medios de comunicación (Cucurull et al. Los pueblos bereberes, énfasis mío).
En los textos de Karrouch y El Hachmi se puede evidenciar un continuo conflicto entre el exotismo y el alcance universal de la escritura norteafricana, potenciado en este caso que hablamos de mujeres literatas. En el caso de Karrouch, la escritora observa que “muchos inmigrantes tienen temor de perder su esencia, y no es así. Han de saber que no perderán nada y que, en cambio, ganarán muchas cosas. Emigrar es ganar una cultura” (Entrevistes, trad. mía). De esta manera, cobra solidez el hecho de que la mutación propicia una suma intercultural que también se puede observar en casi todos los escritores marroquíes-castellanos (aunque más visiblemente en Ahmed Ararou, Larbi El Harti, Mohamed Lahchiri y Ahmed El Gamoun). Hablo de interculturalidad y no del multiculturalismo tal como se concibe en Estados Unidos. Para el caso español, Najat El Hachmi define muy bien el multiculturalismo: “Llamo pornografía étnica a lo que otros llaman fiestas de la diversidad donde comen cuscús y no saludan al vecino el día siguiente” (“En la llamada Catalunya catalana”). La convivencia con los españoles, la naturaleza amazigh-marroquí-musulmana y la utilización voluntaria de la lengua catalana o castellana como expresión artística da como resultado cuatro culturas perfectamente definidas; siendo la suma de ellas el fundamento básico de una quinta: híbrida, intersticial e interpelante en igual dimensión tanto de lo autóctono (Marruecos/la cultura amazigh) como de lo “foráneo” (Cataluña/España). En suma, la escritura de la migración no necesariamente tiene que significar pérdida o fragmentación, sino más bien estrategias de negociación entre fronteras culturales y lingüísticas.
Por este derrotero se encamina Najat El Hachmi cuando escribe una “Carta d’un immigrant” en 2004, un mensaje a un inmigrante anónimo cuyo final creo muy apropiado para el desarrollo del concepto fronterizo: “Aprenderás a vivir, finalmente, en la frontera de estos dos mundos, un lugar que puede ser división pero que también es encuentro. Un buen día te creerás afortunado de gozar de esta frontera y te descubrirás a ti mismo más completo, más híbrido, más inmenso que cualquier otra persona” (trad. y énfasis míos). A la sazón, opinan ambas autoras que no puede elegir entre los dos países. El rechazo a la elección entre países y culturas se traduce inmediatamente en una cuestión lingüística ya que para Karrouch su “lengua emocional es doble: catalán y bereber [sic]” (“Entrevista con Laila” 2005). En este procedimiento no se debe soslayar, como lo observa Walter Mignolo, que el lenguaje no es una mera herramienta neutral que representa el deseo honesto de decir la verdad, sino que también –y aquí radica el hecho literario en sí de la obra de escritores como Ararou, El Gamoun, El Harti, Lahchiri y Bouissef Rekab– es una herramienta para la construcción de la historia y la invención de realidades (“Colonial and Postcolonial” 122); más cercano, pienso, a la creolización que posee el potencial de elucidar la creación cultural, como también a la examinación de las relaciones de poder (desigualdad, prestigio y recursos materiales) que promueven innovaciones e intercambios culturales y lingüísticos. De allí que El Hachmi profundice en la deconstrucción del imaginario colectivo negativo de las culturas de ambas márgenes del Estrecho, fustigando tanto a la resistencia cultural de los marroquíes-imazighen como a la España demasiado segura de sí misma, dominadora y segregativa. En este punto, observo y comparto el parecer de Najat El Hachmi respecto al idílico concepto de “identidad mediterránea común” entre Marruecos y España: “el paisaje, la fisonomía de la gente… todo eso es quizás familiar. El mar es un referente común. Pero de allí que haya una identidad común, no lo creo” (cit. Jordi Lon 18). Decía yo en otro lugar que la originalidad de los textos de Ararou, Lahchiri, El Harti y El Gamoun radica en la configuración de convergencias en la representación de lo local dentro de un plano intercultural y transnacional, pero manteniendo la diversidad y defasaje social de los pueblos, y la compartimentación de motivos culturales autóctonos que no se dejan hibridar. En relación con lo antes dicho, desde hace tiempo vengo abogando por un estudio en el que se evalúen las interacciones “Sur-Sur”, “Tercermundo-Tercermundo”, en el que se podrían analizar comparativamente literaturas asiáticas, amerindias y africanas de cara a sus constantes y repetidas exposiciones al imperialismo y en el que no se soslaye el moderno peregrinaje de los “antiguos súbditos” a las otrora metrópolis.
Considero que el texto de El Hachmi brinda un generoso caudal de experiencias y reflexiones que coadyuvan a desarrollar el proceso identitario a partir del primer incidente racista que sufre cuando niña, precisamente también en el año 1992. El Hachmi posa la problemática identitaria en los niños que crecen al amparo de ambas culturas con la mayor naturalidad, hasta que la sociedad los fuerza a definirse por una cultura en desmedro de la otra. Con El Hachmi entramos en un proceso de hibridación que no remite meramente a ofrecer imágenes armónicas, sino que indaga profundamente en una transición que es “desgajada” y, hasta cierto punto, “beligerante”. En Jo també sóc catalana el lector no encontrará la figura del inmigrante subalterno sin remedio, frustrado, repelido y humillado, pero tampoco el texto cae en los estereotipos celebratorios del país de jaujas. Al fin y al cabo, la autobiografía de El Hachmi es también coherente con el que Mercedes del Amo considera “el tema estrella” de las autobiografías de mujeres magrebíes: “el sentimiento de no pertenencia” (60). En otras palabras, el texto El Hachmi refleja los conflictos de una mujer que debido al rechazo es forzada a aculturarse, a renegar de su magrebidad para caer mejor entre los autóctonos, pero que jamás renuncia a ninguna de sus vivencias, que la impulsan continuamente a buscar su deseada identidad.
Si al principio de este ensayo, a través de la lectura de la autobiografía de Karrouch, planteé el tema irresuelto del “sometimiento” de la mujer, El Hachmi es terminante cuando expresa que “a medida que las mujeres se incorporan al mundo laboral, aspiran a cambiar de vida y se rebelan contra ese yugo” (cit. Nuria Navarro, “Entrevista”). Sin embargo, “si el precio de esa independencia es una condena a trabajar jornadas dobles a perpetuidad, es posible que esas mujeres se replanteen el objetivo” (cit. Jordi Lon 18, trad. mía). Para el caso son paradigmáticos los capítulos en los que El Hachmi narra “la revolución en el barrio” –surgida de la organización de un taller de alfabetización, costura y cocina– y los capítulos en la fábrica donde se cuenta que la emancipación femenina occidental no es más que una decepción (161). Obsérvese, en este sentido, que El Hachmi ya no habla de la mujer marroquí o musulmana en concreto, sino que su análisis se posa en todas las mujeres, independientemente de su nacionalidad o religión. En síntesis, El Hachmi apunta a que la mirada crítica “de occidente”, “a veces hecha con buena fe” (cit. Nuria Navarro “Entrevista”), deje de hacerse siempre hacia aquellas sociedades que consideran discriminatorias hacia las mujeres, sino más bien que se utilice la misma vara para medir las desigualdades en las mismas sociedades desde donde parte esa mirada crítica. Por ello considero que el proyecto de Najat El Hachmi es definitivamente significativo en el sentido de que va más allá de la visión meramente feminista como único criterio de análisis de la situación social para elaborar lo que sería el germen de una identidad afro-europea.
La última parte de la autobiografía de El Hachmi, “De records i absències” es un racconto de su paso por el Estrecho y una afirmación de su catalanidad presente y su “magrebidad” pasada: “Habría dado cualquier cosa por regresar a Marruecos, pero regresar como la que era a los ocho años, no la que ahora era a los trece” (trad. mía, 193). El Hachmi ha comentado recientemente que “el origen no puede ser un ancla que te condene a estar siempre en el pasado” (cit. Jordi Lon 15). Por eso, algunos marroquíes “se apuntan a los castellers y otros son punki, igual que los catalanes de toda la vida. Se ha evolucionado en positivo, muchos tenemos el catalán como lengua propia y nos consideramos de aquí, pero los medios de comunicación destacan los problemas y eso justifica ciertas posturas” (“En la Catalunya catalana”). De esta manera, cuando a El Hachmi le preguntan a quién va dirigido ese Jo també sóc catalana, la autora no duda en responder: “A los que se llena la boca con la inmigración y sólo han visto al inmigrante de lejos. Pero también a los que están preocupados por el tema de la identidad catalana” (Nuria Navarro, “Entrevista”). Exponiendo perspectivas críticas respecto a la doble opresión poscolonial sobre las mujeres y sin claudicar en marcar las diferencias de raza, clase y género en las comunidades diaspóricas, entiendo que El Hachmi finalmente logra el objetivo que se propone al iniciar su autobiografía: “deshacerse del propio enclaustramiento, un enclaustramiento producido por las denominaciones de origen, de miedos, de esperanzas truncadas, de dudas continuas, de los abismos a los que los pioneros se exponen al explorar sus nuevos mundos” (Jo també sóc catalana 14, trad. y énfasis míos).
Mientras termino de escribir este ensayo recibo un correo electrónico de Najat: su programa informativo en lengua tamazight (Mozaic, Catalunya Cultura, en Catalunya Ràdio) había sido cancelado, pero le acaban de anunciar que será una de las panelistas de un nuevo programa de debates en Catalunya Ràdio. Laila, por su parte, todavía sigue ejerciendo como auxiliar de enfermera mientras recibe constantes llamados de periódicos, radio y televisión para entrevistarla, y su autobiografía “se ha convertido en una referencia literaria para el profesorado (especialmente de secundaria) en la sección de lecturas dedicada a la multiculturalidad” (“Itineraris” 6, trad. mía). Lleva vendidas ya cerca de diez mil copias de su autobiografía (seis mil en catalán y cuatro mil en castellano). España (y Europa toda) está siendo redefinida por las voces de los que alguna vez fueron oprimidos, excluidos y silenciados. Aunque queda mucho camino por recorrer, en el término de dos años las instituciones culturales españolas han hecho un esfuerzo enorme para darle voz al colectivo marroquí, uno de los más importantes del país. Era hora.
Bibliografía
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http://www.eurosur.org/ai/19/afr19.htm. Madrid. 1997. s/p
Del Amo, Mercedes. “La creación literaria de las mujeres magrebíes”. MEAH 50 (2001): 53-67.
El Hachmi, Najat. “Carta d’un immigrant”. Inauguració del Congrés Mundial dels Moviments Humans i Immigració, organitzat per l’Institut Europeu de la Mediterrània. 2004.
---. Jo també sóc catalana. Barcelona: Columna, 2004.
Karrouch, Laila. De Nador a Vic. Barcelona: Columna, 2004.
Lacoste-Dujardin, Camille. “Los kabilios: una oportunidad para la democracia argelina”. Imazighen del Magreb entre Occidente y Oriente. Rachid Raha Ed. Granada, 1994.
Lon, Jordi. “Najat El Hachmi. Escriptora i mediadora cultural”. Estris 147. 15-18. Sitio disponible: http://www.peretarres.org/estris/estris147a.pdf
Mignolo, Walter. “Colonial and postcolonial discourse: cultural critique or academic colonialism?”. Latin American Research Review 28.3 (1993): 120-134.
Navarro, Nuria. “Entrevista. Najat El Hachmi. La ‘pornografía étnica’ también nos hace daño”. 8 de Agosto de 2007. Sitio disponible: http://www.gencat.net/salut/portal/cat/_notes/trans/nachat.pdf
Ricci, Cristián H. “El regreso de los moros a España: fronteras, inmigración, racismo y
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---. “La literatura marroquí de expresión castellana en el marco de la transmodernidad y la
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Roglan, Joaquim. “En la llamada Catalunya catalana”. La vanguardia 12 mayo 2007.
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